A p o f e n i a P a r e i d o l i a




La apofenia es la experiencia consistente en ver patrones, conexiones o ambos en sucesos aleatorios o datos sin sentido.

La pareidolia (derivada etimológicamente del griego eidolon: "figura" o "imagen" y el prefijo para: "junto a" o "adjunta") es un fenómeno psicológico consistente en que un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible.

Ver lo que no está, sobreincluir lo irrelevante.

Lo irracional se hace emergente y se reconoce,
siempre que haya acuerdo entre al menos dos observadores.

Cuántas formas se pierden en las paredes,
en los vertederos.

No solemos mirar donde no tenemos que mirar.
Por eso nos perdemos mundos enteros y dormidos,
esperando ser encontrados por una mirada distraída.

Están ahí fuera y están aquí dentro.
Son creados por la mirada.
Somos creados por ellos.

Acaso nos miran reconociéndonos como humanos esas manchas del suelo o la pared, esas extrañas nubes con definidas formas de animales.
Miran y piensan:
-Ahí un humano.

Las líneas de mis manos,
las cosas que me pasaron.
Todo encaja.

-Tenía que encontrarme contigo ese día.
-No podía ser de otra manera.
-Nacimos el uno para el otro.
-Ese día me quedé en casa y salvé la vida.
-Milagro.

-Tuve un presentimiento.
-Un presentimiento me tuvo a mí.
-Una grieta me inventó triste frente a ella al observarme con gesto vencido en la cara.

La locura se inventa al loco,
la tristeza al triste,
la muerte al moribundo,
la enfermedad al enfermo.

El espejo te dibuja magistralmente al otro lado.
Es un genio que habita en cada baño.

El laberinto rumia retorcidamente.
Se imagina al incauto dando vueltas.

Y el mundo no cambia mientras cada uno ignore lo que se dibuja en sus paredes,
en sus manchas.

Horror y abatimiento borran las manchas, los indicios.
Alisan las grietas, hacen todas las nubes de la misma forma.
No hay errores que inventar.

Todo limpio,
todo nuevo,
todo igual,
todo falso.

Y así es el hormigueo de lo ordinario que te duerme.
Te borra de la pared,
te borra del espejo.

Desaparece así lo que nunca estuvo,
instalándote en un nihilismo deshabitado por ti.
En un cuerpo autómata.

Una muerte lenta y larga como una vida.
Una vida muerta y un muerto vivo porque camina.
Sólo camina.

Mirar la desesperanza es entregarse a la Apofenia, a la Pareidolia.

Es encontrar vida en la nada, es encontrarse como observador y artista a la vez. El tigre, el pato, el árbol están, sin duda.

Es sacar vida de las paredes muertas. Es mover el cielo a tu antojo. Es ver los países en los mapas que no son. Es el destino inencontrable en una vida absurda y azarosa. Es el reconocimiento de la vida como tal, separada del abismo como un recortable. Las líneas de ese recortable van y vienen contigo y ni te enteras. Si te despistas un segundo, las líneas desaparecen. Desapareces en el abismo.

Es encontrar tu vida en tu vida, en un día cualquiera. Encontrarte en medio del vertedero el resto de un muñeco y de repente, verte allí tirado, tras meses perdido. Es la vía de escape de lo ordinario, que no persiste cuando miras de esa manera cada cosa.
Porque cuando miras, te viertes al mundo. Y te vas a esconder en las formas increíbles.



carlos g. torrico