El sueño de Kali


Estoy buscando en la noche. En la madera come la carcoma.  Lo oigo desde el otro lado del salón. El escenario comenzará a derrumbarse con la luz que cae desde la escalera, con el estruendo de ahí fuera.
La belleza del arcano de piel negra ante mí. Reina hermosa de ocho brazos de pecho perfecto. Mirada de lujuria, tocada con corona de agujas se contonea. Y se empiezan a caer las vigas a pedazos sobre mí y a llover. No quiero huir como el resto.
Doy otra calada a la pipa de opio. El humo dulce me adormece de nuevo recostado en mi cama de este lugar bajo las calles. Nadie más que los zombis acceden a este sueño remoto, lascivo y mortal si permaneces, mortal si escapas... pero los ojos de Kali... la diosa de este entresuelo que se inunda. Más opio.
Ella, mientras tanto, corta las cabezas de mis competidores, que huyen. Las amontona mientras saca su larga y brillante lengua entre sus pechos. Sangre y agua.
Y un ruido mecánico ensordecedor, insoportable.
La pipa se está apagando y los últimos rivales van muriendo.
Empiezo a gritar su nombre para que me de fuerzas. Kali, Kali, Kali...
Madre oscura.
Ya no hay más sacrificios que hacer, sólo el mío.
Un torbellino de restos, agua, sangre, escombro, fuego y ruido horrible nos rodea uno frente al otro, pero nada se mueve entre ambos.
Aún tengo humo en mi boca. La pipa se ha acabado. En cuanto exhale habré muerto en este mundo que se desmorona. Lo trago tranquilo, como una vaca sagrada. Ella sonríe compasiva, fuente del ser.
La espada me abre el pecho. De mí no brota sangre ya. Emerge hiedra de hojas verdes y me hundo en la tierra.