El Ojo del Lagarto



Una presencia que acude cuando el hundimiento agranda las grietas pasadas.
Antiguas heridas  que derraman a través suyo el nocivo mundo sobre el interior débil de una casa abandonada.



Primero insectos, luego la maleza.
El vacío, siempre susceptible de ser llenado.



Pero esa primera llegada no es más que circunstancial.
Presagio de abandono, de un final largo,
tedioso e implacable, de deterioro.
Eso sería sólo el principio si no fuera por la llegada de una mirada al interior.



Primero mira el desastre,
luego comienza un acercamiento curioso.
¿Qué lleva al Tótem hasta las puertas del abandono?
El lagarto es curioso. Buen presagio.
Sus patas de cinco dedos comienzan a colonizar el infortunio. Lo recorren.
Camina sobre los restos de un pasado y las ruinas de un futuro. Y observa.



Precisamente ahí se encuentra la alquimia:
Está el lugar, la ruina.
Ahora hay un observador, la no-ruina.
Todo se para en el presente.



Colapsa el momento. Algo está observando.
Un Tótem, vestigio milenario,
testigo de la ruina humana desde el principio.
El ojo del lagarto detiene el final. Buen augurio.



La presencia invasora muere sin presente.
La maleza se seca y retrocede.
Los insectos escapan.
Las grietas retornan a su lugar invisible.



El ojo del lagarto observa.
Da un paso atrás, luego otro.
En movimiento imperceptible se encamina a la ventana.



Muy lentamente. Con él se va el tiempo.
Y trae de nuevo a los inquilinos, que entran de espaldas.
El polvo se levanta del suelo, que queda limpio.



Ahora el lagarto observa desde fuera.
Los habitantes, dentro.
Comienzan a desplegar el momento hacia adelante.
Esquivando la ruina y el abandono,
hacia un futuro más simple.